Prácticamente se nos acabó el verano, pero el fin de semana pasada alcancé a robarle un par de momentos a la ciudad.
Primero, recogí de la sala de hospital (Duke’s bike) a my precious, mi Cinder Kona, ya rehabilitada con ruedas nuevas que reponen las que unos “#$% le birlaron. Pasear en bicicleta me reconcilia con el género humano y con las distintas encarnaciones de mis tres décadas y media. ¿Qué ruta seguir?, ¿por donde empezar? Las opciones eran la orilla del lago, azul agua, azul cielo; las rutas de montaña, sudor, adrenalina y vegetación cerrada; o alguna de las múltiples rutas urbanas.
Al final me decidí por una nueva ruta urbana, que en el mapa ciclista de Toronto es la 33/35: Old Forrest Hill. Atravesar la ciudad a través de uno de los barrios más caros, pasando por cuadra tras cuadra de casas descaradamente señoriales, tiene varios efectos en mi. Primero que nada, me llena de una inexplicable y tremenda energía; también me da envidia, mezclada con un ligero desconsuelo de darme cuenta que no estoy encarrilado hacia, ni tengo un plan para llegar millonario; por otro lado me tranquiliza saber que aunque me gustaría tener la posibilidad, en realidad no me sentiría a gusto vivir en un caserón así, en un barrio así. Pero sobre todo, me recuerda mis paseos ciclistas en Guadalajara, que tanto me hicieron reflexionar sobre la ciudad, sobre las clases sociales, sobre el infinito número de diferentes estilos de vida, ambientes, elecciones que una sola ciudad ofrece, y me hacían sentir abrumado al no saber cuál era mi ruta óptima. Cada que se elige algo, se rechazan mil alternativas.
Luego el domingo nos aventuramos a un parque acuático donde casi hago mi primer strip-tease cuando la velocidad de la caída por un tobogán cardiaquísimo redujo mi traje de baño a jirones.
Más tarde, a recomendación de una de mis múltiples amigas argentinas, la Paradiso y yo nos apersonamos (en bicicleta) en Cherry Beach, a disfrutar de una batucada brasileña que marcaba el cierre de de los espontáneos happenings que al parecer suceden todo el verano en dicha playa. Había tanto hippie, tanto brasileño, tanta mariguana, tanto baile y tanta buena vibra que parecíamos estar en una recóndita playa caribeña, no a tiro de piedras del centro financiero de Canadá.
Ya en la casa, a eso de las dos de la mañana empiezo a escuchar ruido como de banda militar y fuegos artificiales. ¿A esta hora? ¿En Toronto? Traté de ver por la ventana para ver si había algún festival en Queen’s Park, pero sería imposible, jamás hubieran tenido permiso para quedarse a ésa hora. Intuyendo lo que pasaba, y muerto de curiosidad, rápidamente me vestí con lo primero que encontré a la mano y bajé corriendo a recorrer el laberinto de edificios del campus de la Universidad de Toronto. Escuchando un tambor aquí y una trompeta allá, comprobé que el ruido no venía de un solo lugar: con la cara y el cuerpo pintados de morado, con sus distintivos cascos y overles, los alumnos de ingeniería (SKUL) iban de edificio en edificio a dar serenata con su ruidosa banda, interpretando clásicos como “Can you show me the way to sesame Street?” y provocando que todas las ventanas de la residencia estudiantil en turno se encendieran y curiosos rostros se asomaran a ver que sucedía. Algunos, a mitad de su propia fiesta, bajaban a hacer alboroto un rato. Bienvenidos al ciclo escolar 2007-2008,
Seguí a la banda un rato, pero luego me sentí sin vela en el entierro. Era una celebración de estudiantes. Me senté en una banca en un área abierta entre una capilla y varios de mis edificios favoritos de la universidad. La noche era cálida en todos los aspectos. Las estrellas estaban tranquilas. En un homenaje a la seguridad de la ciudad, estudiantes de ambos sexos pasaban tranquilamente junto a mí, a ésa hora, sin sentirse amenazados en lo más mínimo por un tipo sentado en una banca.
Me puse a disfrutar realmente la arquitectura del lugar, los árboles, el cielo. La Universidad a las 3 de la mañana. Todo esto a mi alcance tan seguido, como la ruta 33/35, como el parque acuático, como cherry beach… ¡Y tan pocas veces que los visito! Hay que poner mayor empeño en vencer a la rutina.
2 comentarios:
En eso estoy de acuerdo tío, hay que vencer a la rutina. Tanta envidia que te tengo de estar allá y sigo yo mismo desaprovechando la ciudad en la que estoy, ¡pero lo estoy intentando cambiar! Tantas cosas que te vas dando cuenta con el paso del tiempo... ¡pero sigo teniéndote envidia!
oooohh mi dios!
quien hubiera dicho?!
los comentarios uqe pueden salir de mi hermano... es ceirto donde esta la ola de destruccion y satanismo a la que me tiene acostumbrada???
donde esta mi hermano??
lo hemos perdido??
justo como perdimos a britney!!!
ojala paris nunca de los jamases nos deje
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