01 abril 2007

Finanzas personales e impersonales

Los estados de cuenta y demás papeleo de la finanzas personales me producen una flojera enooooorme. A lo que más llego es a revisar cada tres meses la taza de interés de mis magras inversiones. Por eso el último mes ha sido tan atípico:

Después de semanas sacarle la vuelta al montón de sobres que se habían acumulado en mi buzón durante mis vacaciones, le eché un ojo a mi cuenta de ahorro para el retiro. Y pegué un brinco al ver que desde Julio estaban invertidos en una cuenta que yo no había elegido, y que estaba perdiendo dinero. Raudo me apersono en el banco para reclamarle al banquero que lleva mi cuenta, solo para enterarme que ya no trabaja ahí. En su lugar me recibe un gordito risueño y me explica que el otro tipo no dejó archivos de sus transacciones.

- Y por lo tanto -dijo- si usted declara que pidió que los fondos se inviertieran en otra cuenta, tiene que proporcionar evidencia, un record escrito. De otra manera no podemos rembolsarle el dinero que usted dice que le debemos. Lo siento realmente, no hay nada que podamos hacer.

Por un instante me sentí pequeño frente al Goliat bancario, que no daría su brazo a torcer, el banquero de fría mirada clavando los codos en el escritorio. Pero en mi consciencia yo sabía que me debían dinero y contraataqué:

- El hecho es -argüí- mis fondos fueron transferidos a ésa cuenta en ésa fecha. Y si ustedes, Banco Perenganito, no pueden producir evidencia, un record escrito, de que yo solicité ese movimiento, entonces ustedes hicieron una transacción no autorizada. Una transacción ilegal. ¿Entiendes a donde voy?

Cambio de 180 grados. Me llevaron con la Gerente de la sucursal, que me preguntó por mi vida, mi familia, me contó de la suya, me asignaron a un consejero de inversión de los que atienden solo a grandes cuentas, carpeta roja, “Mr. Ramírez” por acá, “Mr. Ramírez” por allá. Me reembolsaron la cantidad que yo había calculado que me debían, y 250 dólares extras “por las molestias”. Lo que los argentinos denominan ‘chupar los calcetines’. Y de que manera.

Luego, este viernes, raqueta en mano toco en la puerta de mi vecino con quien iba a jugar squash.

- Dáme 10 minutos -dice abriendo la puerta- la bolsa no ha cerrado.

Entro a la sala de su casa y observo los últimos 10 minutos de su día de trabajo: detrás de un escritorio con 4 enormes pantallas, llenas de gráficos, números y demás información de la Bolsa de Valores de Toronto. John, además de un gran amigo, es un corredor de bolsa. Mientras hace las transacciones, y con el ruido de fondo de un comentarista transmitiendo en vivo desde el piso de la Bolsa, me explica rápidamente los sube y bajas del día, las tendencias de tal o cual grupo de acciones, un par de transacciones muy afortunadas que hizo en el día, los rumores de política y economía que afectaron el mercado, etc.

Yo consideraba que si algún talento tengo es la capacidad de digerir información, particularmente numérica, pero me sorprendió, casi me abrumó el volumen de información que el maneja, a la velocidad que lo hace... y el hecho que lo haga ininterrumpidamente 8 horas al día, 5 días a la semana. Pantallas, radio, mensajes de texto, llamadas, correos electrónicos. Si hay un nuevo impuesto, si hay fricciones militares en el sureste asiático, si un modelo de celular no se está vendiendo como se imaginaba, si una compañía minera descubrió una veta... todo lo que sucede en el mundo puede tener un efecto en la Bolsa. Me pregunto si yo podría hacer ése trabajo, si sería bueno, si lo disfrutaría. Me pregunto qué se siente saber que el mundo entero es tu ambiente de trabajo, que cada decisión de comprar o vender tiene a los cinco continentes girando alrededor.

En cuanto al squash, el día fue todo mío.