02 agosto 2007

Mi encuentro con Juan Salvador Gaviota

Las reglas de los parques son simples: si hay una parvada de palomas, habrá también un niño que se lance corriendo tras ellas, y las palomas responderán levantando el vuelo. ¿Estamos todos de acuerdo? Al parecer no.

Ayer fui a un recorrido ciclista con un amigo: 56 kilómetros en total. Pasamos por el área de “Las Playas”, que realmente hacían a uno pensar que estaba de vacaciones en destino tropical: centenares de jóvenes disfrutando del sol, vendedores de helado, el agua inconspicuamente azul. Claro que la arena es demasiado pedregosa y el lago demasiado contaminado para nadar. Pero igual la imagen es una postal de verano en la playa, gaviotas incluidas.

Cuando vi la multitud de gaviotas peleándose por un pedazo de comida en el camino, me imaginé pasando entre ellas en mi bicicleta como Moisés en el mar rojo, un ejército de aves levantándose a mi paso. No reduje la velocidad ni un ápice. De pronto, me veo envuelto en una confusión de plumas, graznidos, y todo sucedió en una fracción de segundo: descubro a la gaviota gandalla, que llevaba la comida en su pico, demasiado ocupada en defender su botín para darse cuenta que yo ya estaba a menos de un metro. Extendió sus alas para levantar el vuelo y ¡CRACK! Con un tronido estentóreo mi llanta delantera le pasó por el ala y rompió sus huesos. O quizá yo iba girando hacia ella para esquivar otro pájaro. No sé. El sonido llegó a mis oídos amplificado, sonó como si se hubiera partido un yate a la mitad. Se hizo un silencio sepulcral: todas las demás gaviotas se quedaron quietas y calladas. Mi víctima soltó un par de graznidos débiles y, demasiado tarde, dio un par de saltitos para quitarse del camino. Ni una gaviota parecía recordar la comida que instantes antes peleaban con tanto entusiasmo.

Mi amigo comentó “¡De que manera tan espantosa le quedo doblada el ala! ¡Nunca más podrá volar! Esa gaviota va a morir.” Y yo con mi cara de “yo no fui”. ¿Qué hacer ahora? Ni modo de pararme a leerle pasajes de “Juan Salvador Gaviota” y recordarle que el único límite está en la mente y gritarle “¡sé libre, vuela!” con la música de la película de fondo. Me alejé de ahí aturdido y culpable.

¿Cómo se hace la oda a una víctima de tu propio descuido?